Salí
expulsada por la puerta. Con un beso (para nadie). Todavía olían a niño mis
manos. Encendí el cigarrillo antes de despedirlo, para dejarle un pequeño
regalo de tabaco. El frío me golpeó en la cara y aspiré el humo con más fuerza.
Metí mi mano despacio en la cartera para buscar un consuelo. Me besó un sobre
de papel madera. Dejé de caminar. Lo abrí, con miedo y placer de saber que era
para mí. Y ahí estaban, mis pies para siempre quietos en una piedra, a 500km de
realidad, a veinte pasos de una puerta. A cinco milésimas de un grito que se
calló todalavida. Un papel metálico que arranque de mi atado de cigarrillos,
donde escribí con furia (y para siempre) una frase tuya; “El hombre nada. La
mujer.” Por último una envoltura de té (quizás el que más disfruté en mi vida)
como certificado de completa tortura emocional. Me quedé con tres papeles en la
mano y una confusión de inyecciones y vino caliente. En un segundo me acordé,
que se había quedado dormido, la mañana anterior, enredado en mis piernas y
casi se muere en el atraganto de intentos. Entonces lo entendí. Miré para
arriba, me mordí el labio inferior y me reí a carcajadas. Sola en la calle. Conté
los pasos que tardaría en volver. Eran 23. Abrí los brazos pidiéndole a la luna
una explicación, pero el colectivo pasó a tiempo.
“Necesito
amputarme un hombre”.
Ahora
descubro que un niñogato me amputó, y regala mis extremidades en sobres de
papel madera.
(por
suerte el colectivo pasó a tiempo)
No hay comentarios:
Publicar un comentario