viernes, 31 de agosto de 2012

Caminar la noche.


Una invitación (la casualidad que estábamos esperando)
Sin excusas, sin culpas, nos hicimos dos.
Y una noche de primavera, de esas alérgicas,
Empezamos a caminar.
Sin rumbo, sin mapas, sin pies.
Un cine, dos butacas, una cerveza, toda la ciudad.
Empezábamos a descubrir, que estábamos hechos en espejo.
El espejo llevaba escrito con mi lápiz de labios;
“niño mío, estamos solos en el mundo”.
Y era verdad, era lo único cierto entre nosotros.
Estábamos juntos, y solos.
En una ciudad que nos pedía a gritos que la camináramos.
Que nos riéramos de sus estúpidos carteles.
Que bautizáramos construcciones.
Que abriéramos la boca como tontos para mirar un edificio.
Que hiciéramos equilibrio en los cordones de las veredas (y entre nosotros).
Trazamos una ruta de pasos interminables,
De paisajes vacios de gente y llenos de él.
Un camino de preguntas sin respuestas y de respuestas imposibles.
Todavía lo tengo en mi retina, parado en el medio de la calle,
Hablando de una mujer desnuda en una publicidad de lencería.
Con las manos en los bolsillos del pantalón,
Niño por dentro, gato por fuera.
Todavía me enloquece verlo esperar un colectivo que nunca toma,
Hablándome de películas y suicidios,
Mientras yo lo escucho pensando en la forma más rápida de robarle el alma.
Le mostré mis pies desnudos,
Me mostró su debilidad por los pies.
Todavía le debo una esquina y una respuesta.
Poema perdido, niño mío.
¿Será la noche la que nos camina a nosotros?

miércoles, 29 de agosto de 2012

Alicia en-el-país-de-las-pastillas.


Se rebalsa mi taza de té,
por mirar en la televisión a una mujer suicidándose.
Toma cientos de pastillas con un trago de dolor.
Se llamaba Alicia,
se quiere matar por amor, 
pero creo que eso a nadie le importa.
El camino se hace largo y agotador,
para ella y para mí.
Para las dos.

jueves, 23 de agosto de 2012

Poeta Analfabeta.


Es la primera vez que después de tantas letras que asesinaron mis dedos,
me pregunto por qué escribo.
Me paro frente al espejo, para jugar a reconocerme.
Y entonces me doy cuenta.
No soy yo.
La chica que me mira del otro lado tiene los ojos verdes,
las pestañas decepcionadas,
la mirada más triste que vi en mi vida.
Miro fijamente adentro de sus pupilas  y me asusta no verme ahí,
entonces me fijo en su boca.
Una galaxia completamente vacía de besos reales,
me llama la atención su forma de volcán (uno de color amor) a punto de hacer erupción.
Empieza a temblar todo el reflejo, y a la cuenta de tres,
explota.
Me salpica de palabras contenidas (pobrecita, eran tantas).
Las había de todos los colores.
Palabras rojas, palabras secas, palabras invisibles,
que inundaron todo (incluso los días y los colchones mi amor).
Cuantos murmullos tiene el color amor?
El resultado de multiplicar seis veces la belleza de tu espalda,
 por los diez dedos que ahora besan el olvido,
y sumarle el porcentaje de versos que dibuje después de verte dormir todas-esas-largas-horas,
es igual a estoy enamorada.
Humillada. Retrasada. Gastada. Adicta. Enferma.
Es igual al deseo de arrancarte las páginas.
Escribo porque necesito hablar.
Escribo porque necesito que escuches a las palabras darte mis declaraciones de amor.
Soy demasiado humana, por eso escribo.
Escribo para no tener que dejarte,
decepciones con la voz.

miércoles, 22 de agosto de 2012

El cuerpo se reparte en sobres de papel.


Salí expulsada por la puerta. Con un beso (para nadie). Todavía olían a niño mis manos. Encendí el cigarrillo antes de despedirlo, para dejarle un pequeño regalo de tabaco. El frío me golpeó en la cara y aspiré el humo con más fuerza. Metí mi mano despacio en la cartera para buscar un consuelo. Me besó un sobre de papel madera. Dejé de caminar. Lo abrí, con miedo y placer de saber que era para mí. Y ahí estaban, mis pies para siempre quietos en una piedra, a 500km de realidad, a veinte pasos de una puerta. A cinco milésimas de un grito que se calló todalavida. Un papel metálico que arranque de mi atado de cigarrillos, donde escribí con furia (y para siempre) una frase tuya; “El hombre nada. La mujer.” Por último una envoltura de té (quizás el que más disfruté en mi vida) como certificado de completa tortura emocional. Me quedé con tres papeles en la mano y una confusión de inyecciones y vino caliente. En un segundo me acordé, que se había quedado dormido, la mañana anterior, enredado en mis piernas y casi se muere en el atraganto de intentos. Entonces lo entendí. Miré para arriba, me mordí el labio inferior y me reí a carcajadas. Sola en la calle. Conté los pasos que tardaría en volver. Eran 23. Abrí los brazos pidiéndole a la luna una explicación, pero el colectivo pasó a tiempo.
“Necesito amputarme un hombre”.
Ahora descubro que un niñogato me amputó, y regala mis extremidades en sobres de papel madera.
(por suerte el colectivo pasó a tiempo)

El hombre de las cavernas me escribió un poema.


Siempre se muerde las uñas (mal) y se friega los ojos sin miedo a que se le corra el maquillaje. (No usa).
Se envuelve en ropa rara. Pocas veces alegre. Sus sentimientos más puros, nunca caminan con nadie. No se viste elegante. Usa zapatillas 36.
Tienen un piercing en la lengua que muerde cada tanto para que no se le escapen las palabras. Porque a veces tropieza con el pasado, pero siempre logra cruzar la calle a tiempo.
No cuenta (casi) nada. Emite y recibe sus propios mensajes. Pocos admiran (realmente) sus palabras. Mira con los ojos perdidos en la pantalla de un teléfono (se estará escribiendo a ella misma?)
No escucha historias infantiles que no sean contadas por niños. (“Siempre preferí a los niños” me confesó sin pudor).
Cuando se levanta no habla. Solo se cubre los ojos de los primeros puñales del sol.
Se estira como gata.
Antes de acostarse le cuesta parar. Y escribe todo lo que está a su alcance. Con o sin lápices.
Segundo día en mi cama.
Y en el cuadro que dice “CAFEÍNA” justo atrás de la puerta, ella dibujo un corazón.

Volví a soñar con ballenas.


Me habló de amor y le creí.
Es que me lo dijo un jueves,
y era septiembre,
y el balcón estaba mojado
y desnudo,
porque los balcones
en septiembre siempre están
mojados y desnudos.
Es que era jueves
y septiembre
y estábamos locos
y solos
y no nos animábamos
a asomarnos a ver el mundo.
Porque abajo de los balcones hay guerras
y garras,
hay gente que se come a otra gente,
abajo hay hermafroditas
que usan pelucas extrañas,
y muerden a sus hijos muertos,
abajo hay ballenas incendiadas,
nefastas
y crueles
que se estrellan con los edificios
en el sangriento acto
de amanecer vivo en la ciudad.
Abajo
vértigo significa
caerse de la cama.
Porque somos historia,  poema
una foto en una poema que está dentro de un libro,
un conjunto de palabras estériles
que no viven nunca,
una paleta de colores destruida por exceso de luz,
somos la morgue donde los amigos que se fueron más allá del cosmos,
se fuman las estrellas,
y lamen las nubes como caramelos sabor angustia.
Pero también somos la ausencia del color,
la enfermedad, la locura
somos caníbales
y sinónimo de morbo,
amenazamos a la raza entera,
y violamos las leyes del rey
mientras lloramos lágrimas de semen.
Somos nuestra peor pesadilla,
nuestro espejo maligno.
Somos reflejo
y somos Narciso.
Una página en blanco,
un dedo que sangra,
una lengua que lame.
Somos un sueño
dentro
de
otro
sueño.

Úrsula quiere ser madre.


Ahora se encuentra de nuevo en el mismo punto.
Intentando (re)mediar con palabras lo que le cuesta creer,
abrazando el dolor de otras mujeres que lloran sangre y vida,
que son su sangre y su vida.
El metal entra con bestialidad natural,
rompe su útero,
rompe sus alas,
y le arranca la muerte que anidó estos eternos nueve meses.
Una muerte que se vistió de pájaro y de amapola,
que huele a niño vacío
que colorea moradas sus pequeñas manitos.
Llora su niño enfermo y lloro yo.
Ríe despiadada la muerte
con los ojos llenos de gloria.
Como se supone que ella entienda el mundo?
Pequeña y ultrajada.
Una niña vieja, con la piel avellanada
y la voz helada por el frío y las pastillas.
Ya decidieron torcer su destino,
golpear su cuerpo frágil, hermoso y tan blanco que duele.
Todas las noches recuerda el hielo de ese metal asesino,
las manos bruscas de un médico/verdugo,
y la música que imaginaba para no pensar en la palabra infierno.
Ahora sus palabras duermen en un diario que encontré entre mis zapatos.
Sueña con tener los ojos nuevos, abiertos, de otro color.
Quiere tener un cuerpo fuerte, grande, capaz de soportar nuevos golpes,
nuevas muertes.
Y le pide perdón.
Nena o varón.
Perdón niño mío.
Perdón.

viernes, 17 de agosto de 2012

Trastorno de personalidad múltiple.


A mi otra yo le gustan las ciudades desconocidas.
Le gusta caminar de la mano y hacer equilibrio
en los cordones de las veredas.
A tu otro tú, le gusta decirme
“esos ojitos, hermosos”
y acompañarme hasta el principio de la terminal.
A ellos dos les gusta seducir a los gatos
con un silbido quebrado,
(les encanta la palabra quiebre)
Ellos son novios de una noche,
más por las comodidades,
que por los encantos.
(Pero eso es algo que tu propio tú ya sabe)
Y entre los cuatro vamos por ahí,
diseñando situaciones,
jugando a ser arquitectos
de nuestros peores errores.
[Ahora freno la poesía y voy a llamarte]
Ni vos, ni tu otro tú,
son capaces de decirme nada,
cuando ando perdida en la ciudad conocida,
y me caigo,
y me parto las costillas intentando descifrarte.
Y se me caen las lágrimas, por estúpida.
Y me sangra la piel, por enamorada.
Y te perdí otra noche más, por ilusa.
Como despertarme odiando, si el cuerpo
que duerme junto al mío es el tuyo?
Si me preparas un té, mitad azúcar, mitad amor.
No voy a volver a pisar ciudades ajenas.
No voy a volver a pisar, tú cama, que fue siempre nuestra.
(no vas a olvidar)
Mi cama, que fue siempre mía.
Que está
siempre
muerta.

Golpes de (in)conciencia


A veces (y sólo a veces) me vuelvo tan pequeña
que ni siquiera mis lágrimas son capaces de encontrarme.
A veces (y sólo siempre) me vuelvo tan suya
que ni siquiera un poco de verdad
es capaz de salir de mi boca.
(Perdón) Si es que en realidad
soy capaz de entender
lo que esa palabra significa.

Despertarse enferma.


Dicen que después de la tormenta, se sucede la calma. Pero yo sólo veo histeria y llanto incontenible. Hoy solo encuentro un cuarto vacío y húmedo.
Ya no tengo los pies tan fríos ni las ganas tan verdaderas.
Fumar dos cigarrillos seguidos y quererte solo para mí, son cosas que te enseñé, pero nunca aprendí. (Y hacen mal, muy mal)
Sentado en la estación con tus aguas cítricas (que nunca me gustaron) me sacas una foto junto a un edificio tan de mentira como nosotros, y me repetís “es algo con lo que tenemos que aprender a convivir”.
Resulta que estoy cansada de aprenderte, de escribirte en poemas que nunca lees, de llenarte la piel de dedos y esperar los besos que suelen llegarnos tarde.
Siempre te mentí (y esto es una confesión) porque quería creer ese cuento que escribimos donde no nos enamorábamos nunca. Y ahora empiezo a debatirme entre relato y poesía.
Ya no entiendo lo que digo, pero aún así, sigo planeando nuestro aterrizaje en esa ciudad que te conté, me encantaría vivir.
Es probable que nunca pierda la costumbre de temblar si te abrazo y de enojarme si una cerveza no es la mejor opción. También es probable que nunca vuelvas a creerme una sola palabra, y no te culpo, hace mucho tiempo dejamos de hacerlo. Lo único que creemos es lo que hacemos sin hablar, o escribir, o pensar.
Ya nos regalamos demasiadas horas, ya lamimos demasiadas veces nuestras miserias (y son tantas), nos convertimos en socios de todas estas pantallas.
Se terminaron los amores, el tiempo, las drogas y las palabras.
Basta de hoteles baratos, de sabor a tabaco, de semen urgente, de calles golpeadas, basta de enredar las piernas y confundirnos los jueves a la madrugada.
Insight es la palabra técnica.
Un jueves para darnos cuenta que existíamos.
Un jueves para darnos cuenta que éramos un poema infinito.
No me vuelvas a hablar de amor.
El amor es para la gente real.
Vos y yo somos de carne y de ilusión.
No tuvimos miedo.
Y no tendremos nunca (jamás)
un corazón.