Es la primera vez que después de
tantas letras que asesinaron mis dedos,
me pregunto por qué escribo.
Me paro frente al espejo, para
jugar a reconocerme.
Y entonces me doy cuenta.
No soy yo.
La chica que me mira del otro
lado tiene los ojos verdes,
las pestañas decepcionadas,
la mirada más triste que vi en mi
vida.
Miro fijamente adentro de sus
pupilas y me asusta no verme ahí,
entonces me fijo en su boca.
Una galaxia completamente vacía
de besos reales,
me llama la atención su forma de
volcán (uno de color amor) a punto de hacer erupción.
Empieza a temblar todo el
reflejo, y a la cuenta de tres,
explota.
Me salpica de palabras contenidas
(pobrecita, eran tantas).
Las había de todos los colores.
Palabras rojas, palabras secas,
palabras invisibles,
que inundaron todo (incluso los
días y los colchones mi amor).
Cuantos murmullos tiene el color
amor?
El resultado de multiplicar seis
veces la belleza de tu espalda,
por los diez dedos que ahora besan el olvido,
y sumarle el porcentaje de versos
que dibuje después de verte dormir todas-esas-largas-horas,
es igual a estoy enamorada.
Humillada. Retrasada. Gastada.
Adicta. Enferma.
Es igual al deseo de arrancarte
las páginas.
Escribo porque necesito hablar.
Escribo porque necesito que
escuches a las palabras darte mis declaraciones de amor.
Soy demasiado humana, por eso
escribo.
Escribo para no tener que
dejarte,
decepciones con la voz.
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