miércoles, 22 de agosto de 2012

Úrsula quiere ser madre.


Ahora se encuentra de nuevo en el mismo punto.
Intentando (re)mediar con palabras lo que le cuesta creer,
abrazando el dolor de otras mujeres que lloran sangre y vida,
que son su sangre y su vida.
El metal entra con bestialidad natural,
rompe su útero,
rompe sus alas,
y le arranca la muerte que anidó estos eternos nueve meses.
Una muerte que se vistió de pájaro y de amapola,
que huele a niño vacío
que colorea moradas sus pequeñas manitos.
Llora su niño enfermo y lloro yo.
Ríe despiadada la muerte
con los ojos llenos de gloria.
Como se supone que ella entienda el mundo?
Pequeña y ultrajada.
Una niña vieja, con la piel avellanada
y la voz helada por el frío y las pastillas.
Ya decidieron torcer su destino,
golpear su cuerpo frágil, hermoso y tan blanco que duele.
Todas las noches recuerda el hielo de ese metal asesino,
las manos bruscas de un médico/verdugo,
y la música que imaginaba para no pensar en la palabra infierno.
Ahora sus palabras duermen en un diario que encontré entre mis zapatos.
Sueña con tener los ojos nuevos, abiertos, de otro color.
Quiere tener un cuerpo fuerte, grande, capaz de soportar nuevos golpes,
nuevas muertes.
Y le pide perdón.
Nena o varón.
Perdón niño mío.
Perdón.

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